domingo, 12 de julio de 2015

Dulce Nombre "Versión Íntegra"

Mi abuelita se llamaba Dulce Nombre y ese nombre debería haber sido el mío.

Mis padres no son de esos que ponen a sus hijos los nombres de sus abuelos, ni los de ellos mismos, son jóvenes comparados con la mayoría de los de mis amigos. Son jóvenes y fueron hippies. Les gusta la música de los sesenta. En mi casa siempre suena el viejo tocadiscos. A penas vemos la televisión. Nada de noticias, ni programas del corazón o telenovelas. A todas horas suena Janis Joplin, Jimi Hendrix, Pink Floyd, The Doors y todos esos grupos de Rock, Folk y rarezas varias como King Crimson y demás. Mis preferidos son Jethro Tull, me fascina la flauta travesera y esa voz intensa e inquietante de Ian Anderson.


Es curioso que mi padre con veinte años se pareciera a Jesucristo, lucía larga melena y espesa barba. Es curioso porque mi padre es detective de homicidios, y la "pasma" o los "maderos", como ellos llamaban antaño a la policía, no eran del agrado de sus ideologías de paz, amor y libertad. Pero así es. Se apuntó en la academia a los treinta y dos años, aprobó las oposiciones y pasó las pruebas físicas y psicotécnicas. Tras siete largos años de servicio en el cuerpo, se sacó el máster en criminología.


Le pregunté a mi padre sobre la decisión de hacerse policía, su respuesta fue clara. "Sigo amando la ideología de la libertad y la paz, para que esos valores se mantengan firmes en esta sociedad, no hay que menospreciar al cuerpo de seguridad ciudadana, este mundo necesita buenos policías, honrados, trabajadores e implicados en un bien común".


Aún así, en sus tiempos como agente, mi padre tuvo que realizar labores lejos de sus propios ideales. Pero tenía un objetivo; ser detective de homicidios y meter a los asesinos entre rejas. Y al fin, lo consiguió. La verdad... Me alegro por él. Aunque él no se alegrará tanto de haber tomado tales decisiones. Odiará lo que es y lo que representa... Algún día.


***

El cuerpo de Andrea restaba desnudo sobre un gran charco de sangre. Todo su cuerpo estaba rodeado por el flujo bermellón. Múltiples heridas sobre el torso, cortes limpios. En su autopsia se averiguó que esos tajos se habían propinado con el filo de varios folios de papel, los restos de micro fibras de celulosa lo confirmaron. Del recto sodomizado, extrajeron una corta caña de bambú astillada, en su interior había un papiro, en él, una impresión tecleada con lo que parecía ser, una vieja máquina de escribir. El texto rezaba... "Mi nombre es Dulce Nombre".

El detective de homicidios, Roberto Sanz regresó a casa totalmente agotado. Discutió con su hija y se fue a dormir. Carla, la hija de Sanz, llamó a su mejor amiga, le lloró media hora y luego continuaron en contacto por el chat del móvil, hasta las tres de la madrugada.

A los tres días encontraron un nuevo cuerpo, esta vez mutilado, de brazos y piernas. En el recto, lo mismo. La caña y el papiro con idéntico texto.

Cabía la posibilidad de que el caso, con el encuentro del primer cuerpo, el de la joven Andrea, hubiera recaído sobre Fausto Hernández, pero se lo encomendaron al veterano Roberto Sanz. Sanz fue el segundo cuerpo hallado de aquel asesino.

El caso fue a parar a manos de Hernández, inmediatamente. Lo primero que pensó Fausto, al ojear los datos de los informes elaborados por su recientemente fallecido compañero, fue... "Dulce Nombre... Así se llamaba mi madre".

Carla lloraba desconsolada sobre el hombro de su mejor amiga, su padre había sido brutalmente asesinado, mutilado y sodomizado.

***

Mi nombre es Sofía, pero debería llamarme como mi abuelita.


Algún día... Mi nombre será, Dulce Nombre.


***

El mismísimo diablo había profanado el alma de aquellos rostros, el color de la vida, el aliento que emerge de la necesidad de estar vivo y el brillo de quien desea vivir.

El detective Sanz observó a los padres de Andrea, en sus caras se proyectaba la inocencia y el sufrimiento, pero aún así no podía descartar la sospecha. No hasta que la coartada quedara confirmada.

Al entrar en la habitación de aquella adolescente, un pequeño crujido en la nuca se proclamó vencedor, como de costumbre, en la sien de Sanz. Era la señal de la muerte injusta, la sentenciada por un prójimo a su víctima. Alguien qué, de no ser por aquel cruel acto, posiblemente hubiera vivido muchos y buenos años.

La joven, desnuda sobre la cama, abierta de brazos y piernas cual estrella de mar. Un sin fin de cortes limpios, poco profundos. Uno mortal en la yugular. Su boca y sus ojos abiertos, acristalados.

Sus padres habían ido al cine y a cenar a un restaurante fuera de la ciudad, en la costa este.

"¿A quien invitaste, Andrea?"... Se preguntaba el detective Sanz. "Y ¿Porque te hizo esto?"

Esa misma madrugada, el forense confirmó el resto. Andrea murió desangrada, mientras alucinaba por todo el LSD que había ingerido. Luego la sodomizaron con aquella caña de bambú, dejando el objeto en su interior. Y la única pista, la nota. "Mi nombre es Dulce Nombre".

Ni una sola huella, ni un cabello, una uña. Nada.

***

Carla siempre ha sido mi mejor amiga y matar a su padre resultó ser más fácil de lo que imaginé.

El hacha volaba en mis manos, el estaba totalmente ido. Me deseaba, de rodillas, frotando su miembro entre mis labios. O a cuatro patas, gimiendo con mi dulce y tierna voz, gimiendo como una niña. ¿Como una niña? Bueno, una niña es lo que soy. Con catorce años, una aún puede ser considerada una niña... ¿No es cierto?


***

Al detective Sanz lo hallaron a los tres días del asesinato de Andrea. Mutilado de brazos y piernas, cercenados con un hacha. El arma del crimen se encontraba sobre el torso de la víctima.

El cuerpo restaba en el sótano de su propia casa. Ocurrió de madrugada, mientras su hija Carla dormía, dos plantas más arriba. Sanz era viudo.

El caso fue a parar inmediatamente a manos de Fausto Hernández, su compañero en la central.

Tanto Fausto como su mujer, Claudia, habían quedado muy afectados por la muerte de Roberto, eran grandes amigos. Habían pasado los últimos fines de año juntos. Carla y Sofía siempre habían sido inseparables.

Sofía fingía divinamente ante su familia y el resto del vecindario. Parecía traumatizada por el reciente asesinato del padre de su mejor amiga.

***

Mi nombre es Sofía Hernández, pero algún día... Todos me llamarán, Dulce Nombre.

***

¿Recordáis al Coyote y al Correcaminos? Cuando era pequeña, mientras mi hermana reía hasta llorar con cada tropiezo y caída del pobre cánido y palmeaba sus manos entusiasmada al ver a ese infernal pajarraco salir victorioso de su cazador, yo me hacía siempre la misma pregunta; ¿Que tiene eso de divertido? A Ana le extrañaba mi pose seria frente a aquel desternillante espectáculo. Odiaba a aquella ave patilarga y escurridiza. En aquel momento me hice una promesa... "Seré el coyote más audaz que se haya visto, ninguna presa escapará de mis garras y jamás permitiré que nada ni nadie me dañe".

Francamente, era demasiado pequeña para tener ese tipo de pensamientos, pero recuerdo las sensaciones que tales ideas provocaron en mi.

Mi hermana murió con seis años, era dos mayor que yo. El socorrista no llegó a tiempo. Una pena... Una dulce pena.

***

El detective Hernández llegaba exhausto a casa. Su mujer estaba realmente preocupada, habían pasado tres meses desde el asesinato de Andrea y  Roberto Sanz. No tenían ningún sospechoso y aquella mañana apareció el tercer cuerpo. Estaban frente a un asesino en serie sin rostro ni rastro. No tenían ni una sola huella, nada. Tan solo aquella maldita nota. Sabían que tarde o temprano cometería un descuido, un error que los acercara a él... O a ella.

- ¿Un mal día Papi?

- Si, hija. De lo peor.

Fausto abrazó a su hija, la amaba. Tras la muerte de Ana, su padre quedó muy tocado, lógicamente. Fue entonces cuando decidió ser detective de homicidios. La muerte de su hija había sido un "supuesto" accidente, pero algo le indujo a albergar esa clara meta en su persona. Claudia nunca lo superó. La madre de Sofía restaba sumida en una constante tristeza, su sonrisa era una forzada mueca, una lucha imposible contra el desencanto.

***

A todos les encanta verme embutida en mi disfraz de Gata, observar como meneo mi cola y maúllo, "Estoy en celo" "Te necesito dentro" o "Voy a lamerte... Mi tierno quesito"... Esas frases les ponen a cien. 

Roberto se masturbaba mientras me paseaba ante él con mi traje de licra negra, mis pies y mis manos enfundadas, mi cara cubierta, mis orejitas en punta, mis contorsiones, gateando a su alrededor...

A Andrea le fascinaba que frotara mi figura felina por su cuerpo desnudo, me deseaba tanto.

***

Santiago tenía treinta y dos años, profesor de autoescuela. Lo encontraron en su coche, en el mirador del Monte Negro.

Al igual que en los anteriores dos cuerpos, en los análisis sanguíneos hallaron gran cantidad de LSD.

Le habían cercenado los testículos y se los habían introducido en la boca. En el recto una pequeña caña de bambú y en su interior una nota tecleada con una vieja máquina de escribir...

***
"Mi nombre es Dulce Nombre"

***

Necesito confesar. 

Ayer fui a visitar a mi abuelita al hospital. Lleva allí diez años, en coma profundo. Sabemos que no despertará jamás. Así lo afirmó el Dr. Figueroa. Hace tiempo que al referirme a ella lo hago en pasado.

Mi abuelita se llamaba Dulce Nombre y ese nombre debería haber sido el mío.

Cualquier día se irá y yo me querré marchar con ella. Antes de que eso ocurra debería confesar, debería confesarlo todo.

***

Santiago paseaba por el parque de los nísperos, al pie del Monte Negro. Se sentaba en un banco, lejos del bullicio de la ciudad. Leía una de sus novelas de misterio. 

Sofía se acercó a él, cierto día.

"Eres demasiado joven" le dijo tras varias charlas en aquel lugar. Pero cuando ella le propuso un juego, en el que un disfraz de gata y excitantes sugerencias eran el epicentro de sus propuestas, Santiago no pudo ni quiso resistirse.

Unas prácticas gratuitas con el coche de empresa fueron el obsequio a tantos instantes tremendamente satisfactorios para él. Hasta el día en el que regresó al argumento inicial. Aquella vez no por miedo si no como excusa. Una necesidad vital de huir de la niña que lo complacía y lo atormentaba por igual.

"Eres demasiado joven". 

Luego acabó su refresco. Ella ya le había añadido, sutilmente, un extra sin sabor alucinógeno. Aquellas fueron sus últimas palabras, antes de desangrarse y asfixiarse con sus propias gonadas.

Ella lucía su traje de licra negro, en el mirador, sin testigos. Donde tantas veces habían usado el coche como dormitorio de las mil delicias. Como mil Alicias haciéndole caricias, conduciéndolo al país de las maravillas.

***

El detective Hernández estudiaba las fotografías de las escenas de los crímenes. 

En una de las instantáneas,  Hernández observó algo que le había pasado desapercibido. En un estante del sótano de su compañero, Roberto Sanz, segunda víctima de Dulce Nombre. 

Era la carcasa de una vieja máquina de escribir. 

Posiblemente no significara nada, no aportara nada a la investigación. Fausto no veía probable que fuera la misma máquina de escribir que utilizara el asesino para teclear aquellas notas.

Pero el detective presintió que debía comprobarlo. Tuvo una corazonada.

***

Mi madre se ha acercado a mí esta tarde. Me ha abrazado, me ama. Ha llorado sobre mi espalda.


***

- Debes acabar con esto, Sofía.

- Mi nombre es Dulce Nombre.

- Lo sé hija, lo sé.

***

- ¿Como estás, Carla?

Ella no contestó. Al ver al mejor amigo de su padre, sus ojos se inundaron en lágrimas.

El hermano de Roberto y su mujer se mudaron a casa de su sobrina. Cuidaban bien de ella, no tenían hijos y empezaban a experimentar algo parecido a ser padres, aunque la tristeza y la rabia pintaban todas las paredes de aquel hogar.

Aconsejaron a Carla ir a vivir con ellos, a su casa. Pero ella se negó rotundamente, quería permanecer allí, a pesar de todo.

El detective Hernández bajó al sótano, permanecía cerrado para el resto. Cogió la carcasa de la máquina de escribir, pesaba poco, estaba vacía.

- Ven a casa cuando quieras, Carla. Sofía te añora.

Pero ella continuaba muda, con los ojos rojos y llorosos, el cabello alborotado, enclaustrada en su habitación, vestida con el pijama, en su terrible soledad emocional. Más que nunca, echaba de menos a su madre.

***

Siempre he sido así, desde que ahogué a mi hermana, supongo que antes incluso. Una maldad innata, una necesidad de dejar salir a mi oscuro pasajero. Cuando la persona que está junto a mí disfruta conmigo, de mi presencia, de mi ser. Siento que me sumerjo en el agua, no puedo respirar, necesito emerger. El mal se apodera de todos mis sentidos, entonces actúo. Tengo la sensación de no ser yo misma en esos instantes, como si entrara en trance. Luego llega la calma y esa persona, quien estaba a mi lado, disfrutando conmigo, de mi presencia, de mi ser... Ya no está, ha dejado de respirar. Su sangre es la fuente de la que beben mis sentimientos ocultos. Olvido la realidad.

***

Sonó el móvil de Hernández, era una llamada de la central. Salió a toda prisa tras el aviso.

Un auxiliar informó al coordinador del Hospital St. Lorens, este llamó a la policía y ellos avisaron inmediatamente a Fausto.

***

- No puedo evitarlo, mamá. Yo soy Dulce Nombre. Yo maté a mi hermana.

- Tu no hiciste nada hija, tenías cuatro años. No eres la responsable de lo que ocurrió.

***

Recuerdo que estábamos en la piscina, nos quedamos un rato a solas con la abuela. Carla gritaba y luego cesaron los chillidos, estaba sumergida. No podía respirar. Dulce Nombre acabó con su vida. Yo soy Dulce Nombre. Yo soy...

***

El auxiliar entró en la habitación treinta y siete. Sofía presionaba con ambas manos el almohadón sobre el rostro inerte de su abuela, Dulce Nombre.

***

Fausto fue a visitar a su hija al correccional de menores.

- Sofía, hija mía.

Ella no contestó. Su rostro no era el de una niña, no era dulce ni respondía a ningún nombre. Era una mujer quebrada por la enfermedad, por la maldad y por un secreto oculto.

***

Entre las pertenencias de Sofía, las cuales fueron entregadas a su familia, había una llave plateada.

El detective Hernández halló un gran baúl escondido tras la ropa de su hija, en el armario de su habitación.

La llave plateada abría aquel enorme cofre.

Allí estaba la máquina de escribir de Sanz. Un disfraz de gata, de licra negra. Una cajita llena de pequeñas cañas de bambú y notas recortadas con el maldito texto;

"Mi nombre es Dulce Nombre".

Un pequeño frasco de LSD. Lo reconoció, era suyo. Creía que no se habría movido de una caja que guardaba en un altillo de su habitación. Aquel potente alucinógeno los había sumido a él y a su mujer, tantas veces, en su juventud, cuando no tenían hijos, en intensos estados de éxtasis.

Una sola gota los transportaba al país de las maravillas, un exceso de aquel brebaje podía ser mortal.

Fausto se puso en pie y observó el estante, la pequeña biblioteca de su hija. Casi todo eran libros de misterio y de terror.

"El Asesino de Escritores", "Feliz Cumpleaños", "Rojo Infierno", "La Indigesta Fantasía de Damián", "El Caserón", "Familia"... Hernández los ojeó.

En ellos ocurrían terribles asesinatos, cortes, amputaciones... Y secretos terribles de familias quebradas, misterios sin resolver y locura.

Se sentó sobre la cama de su hija y se maldijo.

Notó algo duro bajo el colchón. Era el diario de su hija. Escritos, con letras escarlatas, los pensamientos y recuerdos de una joven atormentada.

***

Diez años atrás, Claudia entraba en casa de su suegra. No contestaba al teléfono. Ella tenía las llaves, iba a ayudarla con las tareas del hogar.

La encontró tendida en el suelo, con la soga alrededor del cuello. La cuerda se había partido.

Sobre la mesa del comedor había una nota.

"Yo ahogué a Ana. Me quedé a solas con las niñas. Tuve una crisis. Ana gritaba y hundí su cuerpo en el agua. Sofía lloraba. "Has sido tú" le grité. Dulce Nombre, has sido tú, Dulce Nombre, has sido tú... Dulce Nombre". Regresé de aquel abismo en el que me encontraba. Por un tiempo no recordé nada. Desperté en el hospital. Más tarde empecé a recordar lo que ocurrió aquel día en la piscina. 
Entendí lo que había hecho, no puedo vivir con ello. Maté a mi nieta, mi Ana. Conduje a Sofía a la oscuridad. Lo veo en sus ojos. Siento mucho lo que pasó y debo morir, familia."

***

Fausto odiaba en lo que se había convertido y lo que representaba. Una voz interior lo indujo a ser detective de homicidios. Una corazonada emocional le susurraba una verdad que permanecía oculta y lo atormentaba. Siempre había sabido, en el fondo de su ser, que la muerte de su hija Ana no había sido un accidente y necesitaba encontrar al culpable.

***

Claudia quemó su odio y aquella carta. La confesión de la madre de su marido. No quería dañar a nadie con la verdad, pensó que ya estaban sufriendo lo impensable por la muerte de Ana y esa decisión fue el peor daño que podía recaer sobre su familia. El fuego destruyó la verdad y la tristeza se incrustó en su alma, por siempre jamás.

***

Las últimas palabras que leyó Fausto en el diario de Sofía fueron las siguientes:

Mi madre me ha explicado el origen de mi falso nombre, ahora sé quien soy y el porqué.

También sé quien no soy... 


Mi nombre jamás fue Dulce Nombre.




FIN

6 comentarios:

  1. Hola, Edgar! Ha abandonado momentáneamente mi "retiro" (ji, ji) para leer la continuación de tu relato y me he encontrado con la agradable sorpresa de que ya está terminado y de que has publicado todas las partes juntas. No puedo pedir más! :)

    El relato me ha encantado, es mucho más que bueno. Es difícil lograr mantener el suspense y la tensión hasta el final cuando ya sabíamos quién era la asesina, y tú lo has conseguido. Me encanta cómo has tratado el aspecto psicológico, de las motivaciones y los por qués de Sofía para hacer lo que hace, ha sido emocionante, como ir tirando poco a poco del hilo que deshace la madeja... Absolutamente genial!! :))

    Un abrazo grande de vacaciones, compi!!

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    1. ¡Hola, Julia! ¡Me alegra verte por aquí! Tremendamente halagador saber que abandonaste tu retiro para leer este relato, ¡Venga va! ¡Confiesa! Que lo has hecho para mostrarnos ese catálogo de anillos chulos que luce tu mano!!! Jajajajajaja... Es broma ;P
      Me alegra que te haya gustado este relatillo, sobretodo que menciones el aspecto psicológico que es lo que más e intentado trabajar, ya que como bien dices, desde el principio sabemos quien es la asesina y el texto debe mantener el interés por lo que rodea a la protagonista, los motivos de que sea como es y haga lo que hace.
      Me satisface que te parezca bueno, objetivo logrado, ha dado resultado. Podría ser mejor, seguro, aún estoy aprendiendo, la verdad, no creo que el aprendizaje acabe jamás.
      ¡Un abrazo enorme mi querida Hermana de Letras!

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  2. Hola, Edgar:
    Julia me recomendó que leyera tu relato, asegurando que me iba a gustar. Como me conoce tan bien, no era probable que se equivocara y desde luego que no lo hizo. Es tremendamente desasosegante esa visión de una adolescente, casi una niña aún, acechando a sus presas como la gata en que se convertía, jugando con ellas como haría el felino y "devorándolas" finalmente de un golpe mortal... un vistazo a un pozo de psicopática locura.
    Enhorabuena y mil gracias por perturbar nuestros sueños con estas maravillosas pesadillas.

    Santiago

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    1. Mil gracias a ti por pasar por aquí, leer y comentar. Me alegra que Julia te recomendara este relato, es una gran compañera en este mundillo de escritores aficionados y lectores apasionados. Ella tiene muchos y muy buenos relatos.
      Un placer saber que te pareció una maravillosa pesadilla de psicopática locura.
      Saludos, Santiago. :)

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  3. Sin duda uno de los mejores relatos que he leído en un buen tiempo, me había quedado por la parte 2 y siempre me decía. "Tengo que terminarlo, tengo que terminarlo" por una u otra razón no lo hacía, así que hoy leí todos los que me faltaban y ¡Vaya que valía la pena! Me gustó el giro de la abuela, si bien entiendo la abuela se refería a sí misma cuando dijo "Fuiste tú" pero Sofía pensó que era a ella a quien le gritaba y por eso creció con la idea de que ella era Dulce Nombre, ¿o no? Mejor no me digas, creo que lo mejor de un relato así es que cada quien puede entenderlo a su manera. Una excelente historia. Saludos

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    1. Lo siento pero te lo voy a decir... Es exactamente como lo has interpretado. ;)
      Agradecidísimo por tus palabras, compañero. Me alegra que te haya gustado y que lo hayas disfrutado.
      Un fuerte abrazo, Jorge.

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